viernes, 7 de marzo de 2014

Nuestro mayor miedo…

Desde hace unas semanas no he podido sentarme frente al ordenador y abrir la página de wordpress para conectarme con mi ventana al mundo que es este blog. Y eso se debe, básicamente, a la falta de tiempo en la que estoy sumergida. Todo -todo- lo estoy empleando en mi trabajo de investigación y en trabajar en musicoterapiamúsica con bebés y con mi violoncello en la Escuela. Y en los ratitos que me sobran, me despejo dando un paseo por el parque con Pichí.
No me quejo, me gusta demasiado mi vida como para ello. Y sí, digo mi vida y no mi trabajo, porque mi trabajo es mi forma de vidaLa Música, la Musicoterapia, se han fusionado de tal manera en mi ser que son los cristales de las gafas con las que veo el mundo. Y eso, me encanta.
Esta semana, además, se ha sumado que he estado algo pachucha, por lo que he tenido que pisar el freno y descansar. Hoy, viernes, es el día en el que Espacio Musicoterapiahace la ruta de Musicoterapia en Cuidados Paliativos Pediátricos, donde SIEMPRE nos seguimos sorprendiendo, disfrutando, amando, compartiendo, sonando… Y hoy, de nuevo ha sido un día demasiado especial como para  olvidarlo.  Porque además de compartir grandes sonrisas con nuestra pelirroja preferida y su madre, nos hemos vuelto a mirar. Como sólo ella sabe hacerlo. Y a no tener nada que decir, porque no nos hace falta.
Me he enamorado de una maravillosa bebita, pero esa es una historia demasiado personal como para ser contada. Y quedará para nosotras, con nuestro contacto, nuestro olor y nuestras voces.
Y por la tarde, como por arte de magia, mi amigo -y musicoterapeuta- Joan Fontbernat me ha escrito y me ha regalado -como sólo sabe hacer él- unas palabras preciosas, que han puesto la guinda a lo que han sido estas semanas de crecimiento personal y profesional. Las casualidades de la vida hacen que escuche hoy justamente estas palabras, y que se queden resonando en mí.  Sigamos entonces nuestro camino, sin darle más importancia de la que tienen a las cosas que no nos aportan nada. Sabiendo apartar del camino que dibujamos la hierba que crece sin control y que lo único que intenta es que dejemos de ser conscientes de los pasos que damos.
Brillemos.
Nuestro mayor miedo no es que no encajemos. Nuestro mayor miedo es que tenemos una fuerza desmesurada. Es nuestra luz y no nuestra oscuridad lo que más nos asusta. Empequeñecerse no ayuda al mundo. No hay nada inteligente en encogerse para que otros no se sientan inseguros a tu alrededor
Todos deberíamos brillar como hacen los niños. No es cosa de unos pocos, sino de todos. Y al dejar brillar nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otros para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, nuestra presencia libera automáticamente a otros.




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