La lectura del libro "A dónde vamos, papá?" me ha dejado un sabor más bien agridulce. No sabría describir todas y cada una de las diferentes sensaciones que me han ido asaltando durante su lectura. A veces me enternecía y otras me ha parecido cruel.
¿Puede un padre -disfradado de ironía, arrogancia en algunos momentos- justificar palabras, frases, ideas del libro? ¿Se debe ser más permisivo de lo normal con esta lectura y darle una vuelta de tuerca para entenderla? Puede ser que sea esto último lo que haya que hacer con el libro, ya que entre sus páginas se desprende a la vez ternura, amor y pasión por sus dos hijos con discapacidad.
Inevitablemente, como musicoterapeuta me llamó la atención este párrafo (mientras casi vislumbraba la intervención que realizaría. Sí, estoy para "hacérmelo mirar" creo yo):
Mathieu no tiene muchas distracciones. No mira la televisión; no la necesita para volverse retrasado mental. Por supuesto, no lee. La única cosa que parece agradarle un poco es la música. Cuando la escucha, repiquetea sobre su pelota como si fuera una tambor, siguiendo el ritmo.
Es curioso como el autor crea-inventa un pájaro en el que proyecta su propia situación (él no se compadece de la discapacidad de sus hijos, al contrario, bromea con/de ella):
Me acabo de inventar un pájaro. Lo he llamado "Antivol". Es un pájaro extraño; no es como los demás. Tiene vértigo. Es mala pata para un pájaro, pero no cae en la desesperación. En lugar de compadecerse de su discapacidad, bromea.
Siempre que le piden que vuele, encuentra una razón divetida para no hacerlo y hacer reír a todo el mundo. Además, tiene desparpajo y se de los pájaros que vuelan, de los pájaros normales.
Como si Thomas y Mathieu se burlaran de los niños normales que se cruzan por la calle.
El mundo al revés.
Uno de los momentos en los que me quedé casi sin aire al poder pensar que hubiese personas que creyeran la primera frase que escribe el autor. Lo veo, inevitablemente, imposible:
No hay que creer que la muerte de un niño discapacitado sea menos triste. Es tan triste como la muerte de un niño normal.
La muerte de alguien que jamás ha sido feliz, que solo ha venido a dar una vuelta a la Tierra para sufrir, es terrible.
De éste, cuesta recordar una sonrisa.